Gonzalo Ruiz (La omisión de la familia Coleman) nos habla aquí de la obra que escribió y dirige la cual se presenta los viernes en Timbre 4. |
Sobre la obra: Eduardo, Ana y Consuelo se han ido hace ocho años sin entender muy bien de qué estaban escapando o por qué decidían una partida tan abrupta y tajante. En la casa, una modesta chacra o casa de campo alejada del pueblo, han quedado Babila, quien ejerciera el rol de madre, y Julio, el más joven de los que allí vivieron aquellos años. Fueron familia tal vez. Pero no parientes. Al menos no en términos de sangre. Entre ellos no han vuelto a hablarse casi, no se ven, no se saben y no se comunican. Sin embargo nadie está muy seguro por qué las cosas se han dado así. Nadie preguntó. Ninguno podría decir qué sabe o qué piensa el otro. Cómo ve y siente ni aquello que ha pasado ni lo que hoy sigue sucediendo en sus vidas. La intromisión de una confundida pareja de vecinos, con sus muy particulares características, genera una serie de acontecimientos tragicómicos donde los personajes que han vuelto al hogar de la infancia se ven arrastrados a mirarse, reconocerse y conciliar aquel tiempo de cuentos e infancia con lo que cada uno ha podido hacer desde aquella partida abrupta y silenciosa. ¿Qué sucede cuando al volver la mirada aquello que nos trajo hasta aquí no resulta maravilloso? ¿Cómo desprenderse de un cuento que pretende pintar una infancia soñada y un mundo sin conflictos? ¿Qué relaciones genera una realidad construida sin ver lo que sucede más allá de la pared? La obra, por supuesto, no pretende responder estos interrogantes. Sí transitarlos y asumirlos como algo que impide un cambio o la construcción una realidad distinta. Para esto, y aunque siempre se trabajó a partir del texto ya escrito, se realizaron improvisaciones sobre tiempos y situaciones que los personajes pudieran haber transitado en un tiempo anterior al del “cuento” o la historia tal como la verían los espectadores. Si bien el texto fue entregado a los actores una vez finalizado mi idea era mantenerlo permeable a las modificaciones que pudiesen surgir a partir de las propuestas que en la acción trajeran cualquiera de los miembros de la cooperativa para sumar y ampliar la mirada de la dirección. Cada quien desde su trabajo y desde su punto de vista. De hecho, fui reescribiendo y modificando el texto a lo largo de los ensayos. Cuando me tocaba salir de gira con “La omisión de la Familia Coleman” obra en la que trabajo como actor, el elenco seguía ensayando en Buenos Aires y yo, que a través de mails y teléfono me mantenía al tanto de cómo iban los ensayos, charlaba y compartía ideas y nuevos rumbos para la obra con mis compañeros de elenco en la gira. Es una forma de trabajo que yo tuve la posibilidad de transitar y compartir como actor o asistente junto a directores y compañeros de elenco de las obras en las que trabajo y trabajé. Y que me marcó muy positivamente. Quiero decir que cuanto más pueda nutrirse el proyecto de miradas, puntos de vista, campos imaginativos y mundos poéticos mayor será la fuerza del resultado en términos artísticos y humanos. Siento que esto es lo que puedo decir más disfrute como director. El tener la posibilidad de componer algo con tanto material, con una entrega total y muy comprometida de parte del elenco y todo el equipo artístico. Sé que no es nada nuevo lo que digo. Pero es algo que me tocó descubrir y aprender a mí en este momento desde este lugar. Saber de que se trataba. No es sencillo dedicarle tiempo y energía al teatro cuando no siempre puede ser el medio de subsistencia económico de los que lo hacemos. O tenés otro trabajo por fuera del ámbito artístico, o tenés que dar mil horas de clase por semana, y ensayar y estrenar y hacer dos, tres obras a la vez. Y en ese sentido tanto actores, actrices, asistentes, escenógrafa, iluminador, todos estuvieron siempre poniendo el cuerpo y trabajando con una intensidad y compromiso muy profesional. Que en definitiva es lo que son. Hay una idea, que por suerte y a fuerza de la calidad del teatro argentino, está en caída. Y es la de que si no ganas suficiente plata como para vivir “bien”, dentro los parámetros tan corridas de la sociedad moderna, entonces lo que haces es un hobby o un pasatiempo. Y no es así. Claro que debemos buscar la manera de que eso cambié. De ver retribuido nuestro trabajo en la posibilidad de vivir de eso que hacemos. De que haya mayor sustento por parte del estado o de fundaciones privadas que inviertan y apuestan a la actividad artística y cultural. A nuevos proyectos en términos de ideas y personas. Apostar en un sentido auténtico. Y junto a eso rebuscársela. Estar a pleno buscando, haciendo y concretando. Muchas horas, dormir poco, inventar días de 25 horas para poder mantener el ritmo de ensayo, etc… Trabajar con gente que comparte esta visión genera mucho placer y sobretodo el nunca perder de vista que en el fondo el oficio se trata de hacer. Y tener la certeza que ese sacrificio, no negativo, es una elección con un objetivo: el de la construcción y la consiguiente transformación de una idea abstracta surgida del campo imaginario en un hecho visible y concreto. Una creación propia, colectiva y concretada. Luego se trata de seguir aprendiendo, mejorar aquello con lo que pueda no estar plenamente conforme, lo cual por suerte considero imposible, y empezar otra vez. De ahí la necesidad de escribir un texto teatral y llevarlo a escena con todas las dificultades y desafíos que esto implica.
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