jueves, 4 de noviembre de 2010

"Apuntes" por "El Vernáculo"


Apuntes para volverse a ver
:: Texto: Laura Gelfi
: Fotografía: Diego Ojeda

Sorprendente y sorpresiva. Tierna. Divertida. Por momentos, misteriosa. Con encuentros y desencuentros. Amor y desamor. Preguntas sin respuestas. Respuestas sin preguntas. Discusiones. Reproches. Ingenuidad mezclada con locura… Ésos fueron algunos de mis apuntes de esta obra que, definitivamente, coincidiendo con su título, es para volver a ver.
Es viernes y son las 23.30 h. El pasillo de Timbre 4 nos conduce a una sala pequeña en la que la cercanía entre artistas y espectadores permite sentirnos parte de este espectáculo teatral. La historia se desarrolla en una casa de campo en la que se reencuentran cuatro personas que fueron criadas juntas y que, poco tiempo después de que llegara Julio -el último de sus integrantes-, se habían separado.
Con la muerte de Babila, la señora que los crió, ellos deben reunirse otra vez. Y en esta reunión no sólo se encargarán de decirse muchas de sus verdades y de recordar viejos tiempos, sino también de decidir qué harán con Julio, el único integrante que seguía viviendo en la casa y que parece tener algún problema mental que complica la decisión de dejarlo solo.

¿Cómo te das cuenta si es amor?
En un clima por momentos tenso y, por otros, muy divertido -en los que las carcajadas invaden el espacio-, llega un vecino que de una forma muy particular nos terminará dando cátedra acerca del amor. La charla comienza cuando Julio le pregunta: “¿Cómo te das cuenta si es amor?”. Y este sabio personaje, después de muchas vueltas, concluye diciendo que el amor “es magia, y la magia no se puede explicar”.
Además de estos parlamentos conmovedores que enriquecen mis apuntes (y el oído de todos los espectadores), resulta clave la presencia de este vecino porque él también conoce mucho de la historia de los personajes que hoy se reencuentran y saca a la luz algunas de sus verdades ocultas.

Actores para volver a aplaudir
Más allá de la trama de la pieza teatral, que es interesante y capta rápidamente nuestra atención, es destacable el trabajo actoral de este grupo de artistas. Inmersos en un lenguaje actual y realista, se ven cuerpos comprometidos en escena. Para regocijo de quienes amamos al teatro, así se mantienen durante toda la obra, logrando que los personajes lleguen a volverse conocidos y hasta -por qué no- queridos (u odiados, en algunos casos) por el público.
Timbre 4 se caracteriza por presentar obras de gran calidad teatral y, con Apuntes para volverse a ver, no nos defrauda. Locura. Recuerdos. Canciones que ya no se oyen. Botellas vacías. Peleas. Alguien que no acostumbra a brindar… Perdón, ya les había comentado que tenía muchos apuntes de esta obra para volverse a ver; sí, para volverse a ver, y volverse a ver, y volverse a ver.


Reportaje a nuestro Rubén!!! en Clarín Espectáculos

En el nombre del hijo

30/10/10
Entrevista a Isidoro Tolcachir, padre de Claudio, el director teatral de Timbre 4; abandonó la electrónica por la actuación.
PorADYS GONZÁLEZ DE LA ROSA 
Especial Para Clarín
Tras dedicarse por medio siglo a la electrónica, su hijo le propuso que estudiase teatro. Así comenzó Isidoro Tolcachir en los talleres de Alejandra Boero, y hoy lleva más de 20 años sobre el escenario. “Parece que hay un gen en la familia -comenta en broma-. Daniela Pal (actriz) influyó en Claudio (Tolcachir) y él en mí, también su hermano es director de orquesta y su madre tocaba el piano de joven, aunque finalmente se decidió por la medicina, así que algo hay”. Su hijo, Claudio Tolcachir, comenzó como actor, carrera que Isidoro impulsó y apoyó. Hoy dirige el espacio Timbre 4 y es uno de los directores que transita del off al comercial, con gran éxito en sus producciones.
El primer acercamiento de Tolcachir padre al medio fue en los años sesenta, como asistente de dirección en la televisión francesa. Y si bien ha trabajado como actor en el cine y la televisión, confiesa que donde se halla a plenitud es en el teatro. “Empecé a estudiar para buscar un alivio, atravesaba una situación difícil en mi vida, pero me fui quedando y aquí estoy. Actúo por placer, me siento muy motivado cuando lo hago y soy realmente feliz en el escenario”, declara el actor de 73 años.
En estas dos décadas de carrera, Isidoro ha actuado siempre en el off, excepto una versión de El jardín de los cerezos , de Chejov, que dirigió Agustín Alezzo en el Teatro San Martín. Y aunque menciona a su hijo entre sus directores favoritos, reconoce el esfuerzo extra que demanda de ambos el trabajo en conjunto. “No es fácil trabajar con mi hijo, el rol se contrapone con el de la vida real. Pero lo resolvemos -ríe-. Hace poco hice un reemplazo en Agosto , obra que él dirige, después de diez años sin hacer nada juntos, y me asombró cuánto ha crecido como director”. En el año 2000 Claudio Tolcachir, dirigió y actuó en Orfeo y Eurídice , de Jean Anouilh, donde -como en la vida real- ambos interpretaban los papeles de padre e hijo. “Claudio y yo queremos hacer algo juntos nuevamente, hasta ahora no se ha dado, porque ha coincidido con otros compromisos de trabajo, pero estamos pensado que podría ser el año que viene”.
Isidoro considera que su primer trabajo profesional fue en Juana de Lorena , bajo la dirección de Alejandra Boero, en el año 93. Luego sería convocado por Agustín Alezzo para Ah, Soledad de Eugene O´Neil y Recuerdo de dos lunes , de Arthur Miller. “Considero que Alezzo es un gran director, alguien a quien respeto mucho y por quien siento gran admiración”, asegura. También fue dirigido por Lizardo Laphitz en Incendio en la nieve , de Sam Shepard y más tarde en Espectros , de Ibsen.
Actualmente interpreta el personaje de Rubén (un antiguo vecino) en la obraApuntes para volverse a ver del novel director Gonzalo Ruiz. “Yo conocía a Gonzalo como actor, para mí era el remisero de La omisión de la familia Coleman, y tanto yo como el resto de los actores, estamos muy sorprendidos por el talento que ha revelado en la dirección”. La obra transcurre en una casa en la que crecieron cuatro personas que han regresado para cumplir el deseo de quien los crió. Una balacera los obliga a permanecer encerrados junto a este vecino, que parece saber de ellos más de lo que suponían, y quien le impregna un toque de humor que descomprime la tensa trama.
“Mi personaje es un hombre de campo y contrasta con el resto del elenco que es más joven. Yo lo hago muy en serio, el público se ríe pero no de él, sino de la situación de choque y confusión que es graciosa”.

"El teatro y sus experiencias", minirrepo a Gonzalo Ruiz


¿Cómo nació “Apuntes para volverse a ver”, la obra que se presenta los viernes a las 23.30 en Timbre 4? 
Nació hace unos años cuando me puse a escribir el texto sin pensar demasiado en cuándo, cómo o dónde iba a terminar de concretarse. Finalmente el año pasado la terminé y ahí se armó todo el elenco con gente de Timbre 4, con quienes compartimos el trabajo por distintos motivos. Esto es algo muy nuevo para mí y resulta muy enriquecedor.
¿Cuál es el tema de la obra?
Es una tragicomedia sobre los vínculos humanos. Mejor dicho qué clase de vínculos se construyen y, sobretodo, sus consecuencias cuando se pretende construir una mirada de la realidad cerrada de lo que, aunque no nos guste, esta ahí afuera. La historia de los personajes tiene que ver con lo que el pasado generó en sus vidas en el presente.
¿Qué aprendiste durante los cinco años que formaste parte del elenco de “La omisión de la familia Coleman”?
Muchísimo. Llevamos como 800 funciones y la obra sigue tan viva como en el estreno. Hacer ese trabajo tiene mucho de aprendizaje. Del director, Claudio Tolcachir; de los compañeros. La experiencia ya excede lo teatral y pasa a ser un movimiento de vida muy fuerte para todos.

Show On Line

Recomienda: Carla Laneri
Calificacion: Muy Buena
Gonzalo Ruiz  muestra su talentosa faceta de dramaturgo y director bajo la obra que se presenta en timbre 4 y en la cual marca un antes y después de su carrera. Apuntes para volverse a ver juega con los objetivos de distintos personajes que transitan un abanico de emociones en una simple casa de campo. A su vez, el fluido lenguaje se contrapone con la tranquilidad del ambiente. El autor recurre a la repetición de ciertas palabras, momentos, situaciones o personajes que van y vienen durante la obra, haciendo que el espectador viaje divertido sin darse cuenta de la sutileza con la que se van contando las escenas. Todos los actores tienen una interesante y acertada búsqueda de sus personajes, juegan entre ellos, dominan su cuerpo y transitan cada momento. Apuntes para volverse a ver es una obra excelente para percibir el nacimiento de un talentoso actor como Gonzalo Ruiz en el rol de dirección y dramaturgia.

Crítica de Apuntes en puestaenescena.com.ar

Una historia de reencuentros en donde nada es lo que parece, con excelentes trabajos, los viernes en Timbre 4
Apuntes para volverse a ver
O el pasado no nos dejó dormir...

Por Teresa Gatto
Los reencuentros marcan puntos de inflexión que sirven como artilleros para generar conflictos o saldar antiguas deudas. Deudas que no sabíamos que teníamos, agujeros del sentir que estaban tapados por capas de olvido, omisiones inconscientes que ayudan a que duela menos. No importa qué, sólo que duela menos.
Apuntes para volverse a ver, desanda con ese modo atrapante del “había una vez” la historia de cuatro seres criados por una misma mujer, Babila que deben reunirse tras la muerte de ésta para terminar una historia de vida que comenzó hace mucho tiempo.
Así Consuelo a cargo de Nadia Marchione, Ana, en la piel de Lorena Baruta y Eduardo, interpretado por Alejandro Lifschitz, regresan a la deteriorada casa en la que fueron criados en donde sólo Julio, encarnado por Agustín Sacalise, permanece como si el tiempo no hubiera transcurrido o sólo lo hubiera hecho para hacer más grande el desamparo, pues en su memoria todo está como si el resto se hubiera marchado ayer. Hay algo en torno de la inocencia de Julio que lo hace pequeño no sólo por ser el más chico, sino porque además ha permanecido bajo la tutela celosa de Babila, de quien se irá armando un retrato a lo largo de la puesta. Pero esa tutela tal vez obligue a pensar que, ahora sin la madre adoptiva, alguien deberá hacerse cargo de Julio o Julito como sus hermanastros lo llaman.
Es un pueblo pequeño, los recién llegados han perdido el hábito de vivir en él entonces los balazos que cada tanto suenan porque una vecina cree ver ladrones por todas partes y la llegada de su esposo, Rubén, a cargo de Isidoro Tolcachir, obligan al contraste eterno de esta Argentina que se basa y soporta en los binomios civilización/barbarie que dan como corolario otros binomios no menos dramáticos: campo/ciudad, letrados/iletrados, etc.
Los balazos que con la escopeta obligan a los antiguos habitantes de la casa, a Julio y al propio Rubén a permanecer dentro de la misma, también los condenan a exhibir sus agujeros. El diseño espacial de la sala pequeña de Timbre 4 es propicio para crear un entre nos obligado que explicará todos y cada uno de los secretos que la inhumación de las cenizas de Babila sacará a la luz. Así el descontento de Eduardo, la discordia entre Ana y Consuelo, lo que Julio cree saber pero está en las antípodas de la verdad, lo que Rubén puede aportar desde su mirada extra familiar, conformarán una verdad si  es que hay una sola y absoluta o muchas pequeñas verdades hechas añicos según los ojos que la miren.
Los actores cumplen sus roles con gran organicidad. La pequeña y desvencijada casa de la madre sustituta  ausente/presente (ya que sus cenizas rondan en la pequeña vasija a todos los congregados en ella) cobra una dimensión asfixiante no sólo por la  escasez del espacio sino por la condensación de sentidos que cada uno sus atribulados habitantes exhibe siempre. El gran hallazgo de la ópera prima de Gonzalo Ruiz es narrar esta historia y montarla con la dosis exacta de enigma, suspense y humor, elementos sin los cuales sería angustiante.
Cada verdad completa o a medias, cada disparo de la escopeta, las intervenciones de Julio y Rubén operan a modo de pequeños pero bien pensados pasos de comedia  que hacen que el espectador sienta la misma dosis empatía por esos seres que evidentemente han sufrido mucho y a la vez, pueda, en la inmediatez de sus presencias, en la cercanía de las mismas (a causa del buen diseño del espacio escénico) reír de esas cosas que suceden siempre en toda familia disfuncional en la que cada uno ha tomado el rumbo que pudo o se ha quedado eternizado para siempre en un mismo segmento espacio-temporal.
De nuevo, Timbre 4 es una opción, los viernes a la noche, para plantearse qué es el teatro, qué tan bien se puede lograr trasnsitar el ser de un personaje y agradecer este modo artesanal de contar una historia chiquita que se hace enorme cuando hay que reponerle el sentido. Salir completamente satisfecho del teatro es un premio de doble dimensión para los teatristas que esperan aplausos y para el espectador que tiene mucha oferta pero no siempre de esta calidad.