jueves, 4 de noviembre de 2010

Crítica de Apuntes en puestaenescena.com.ar

Una historia de reencuentros en donde nada es lo que parece, con excelentes trabajos, los viernes en Timbre 4
Apuntes para volverse a ver
O el pasado no nos dejó dormir...

Por Teresa Gatto
Los reencuentros marcan puntos de inflexión que sirven como artilleros para generar conflictos o saldar antiguas deudas. Deudas que no sabíamos que teníamos, agujeros del sentir que estaban tapados por capas de olvido, omisiones inconscientes que ayudan a que duela menos. No importa qué, sólo que duela menos.
Apuntes para volverse a ver, desanda con ese modo atrapante del “había una vez” la historia de cuatro seres criados por una misma mujer, Babila que deben reunirse tras la muerte de ésta para terminar una historia de vida que comenzó hace mucho tiempo.
Así Consuelo a cargo de Nadia Marchione, Ana, en la piel de Lorena Baruta y Eduardo, interpretado por Alejandro Lifschitz, regresan a la deteriorada casa en la que fueron criados en donde sólo Julio, encarnado por Agustín Sacalise, permanece como si el tiempo no hubiera transcurrido o sólo lo hubiera hecho para hacer más grande el desamparo, pues en su memoria todo está como si el resto se hubiera marchado ayer. Hay algo en torno de la inocencia de Julio que lo hace pequeño no sólo por ser el más chico, sino porque además ha permanecido bajo la tutela celosa de Babila, de quien se irá armando un retrato a lo largo de la puesta. Pero esa tutela tal vez obligue a pensar que, ahora sin la madre adoptiva, alguien deberá hacerse cargo de Julio o Julito como sus hermanastros lo llaman.
Es un pueblo pequeño, los recién llegados han perdido el hábito de vivir en él entonces los balazos que cada tanto suenan porque una vecina cree ver ladrones por todas partes y la llegada de su esposo, Rubén, a cargo de Isidoro Tolcachir, obligan al contraste eterno de esta Argentina que se basa y soporta en los binomios civilización/barbarie que dan como corolario otros binomios no menos dramáticos: campo/ciudad, letrados/iletrados, etc.
Los balazos que con la escopeta obligan a los antiguos habitantes de la casa, a Julio y al propio Rubén a permanecer dentro de la misma, también los condenan a exhibir sus agujeros. El diseño espacial de la sala pequeña de Timbre 4 es propicio para crear un entre nos obligado que explicará todos y cada uno de los secretos que la inhumación de las cenizas de Babila sacará a la luz. Así el descontento de Eduardo, la discordia entre Ana y Consuelo, lo que Julio cree saber pero está en las antípodas de la verdad, lo que Rubén puede aportar desde su mirada extra familiar, conformarán una verdad si  es que hay una sola y absoluta o muchas pequeñas verdades hechas añicos según los ojos que la miren.
Los actores cumplen sus roles con gran organicidad. La pequeña y desvencijada casa de la madre sustituta  ausente/presente (ya que sus cenizas rondan en la pequeña vasija a todos los congregados en ella) cobra una dimensión asfixiante no sólo por la  escasez del espacio sino por la condensación de sentidos que cada uno sus atribulados habitantes exhibe siempre. El gran hallazgo de la ópera prima de Gonzalo Ruiz es narrar esta historia y montarla con la dosis exacta de enigma, suspense y humor, elementos sin los cuales sería angustiante.
Cada verdad completa o a medias, cada disparo de la escopeta, las intervenciones de Julio y Rubén operan a modo de pequeños pero bien pensados pasos de comedia  que hacen que el espectador sienta la misma dosis empatía por esos seres que evidentemente han sufrido mucho y a la vez, pueda, en la inmediatez de sus presencias, en la cercanía de las mismas (a causa del buen diseño del espacio escénico) reír de esas cosas que suceden siempre en toda familia disfuncional en la que cada uno ha tomado el rumbo que pudo o se ha quedado eternizado para siempre en un mismo segmento espacio-temporal.
De nuevo, Timbre 4 es una opción, los viernes a la noche, para plantearse qué es el teatro, qué tan bien se puede lograr trasnsitar el ser de un personaje y agradecer este modo artesanal de contar una historia chiquita que se hace enorme cuando hay que reponerle el sentido. Salir completamente satisfecho del teatro es un premio de doble dimensión para los teatristas que esperan aplausos y para el espectador que tiene mucha oferta pero no siempre de esta calidad.


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